Al acabar de leer “Los Siete Contra Tebas”, de Esquilo, resulta muy lógico continuar con “Antígona” de Sófocles, ya que las dos obras transcurren en el palacio real de Tebas y justo cuando acaba una, con el fratricidio de Eteocles y Polinices, comienza la otra, en la que Antígona decide enterrar a ambos hermanos aunque se lo prohíbe la ley proclamada por su tío y nuevo monarca, Creonte. Aprovechando la correlación temporal y orgánica entre las dos tragedias decidimos unirlas a través de las vidas de los cuatro personajes principales: Antígona, Creonte, Hemon e Ismene, tendiendo así puentes entre las orillas de estos dos textos tan diferentes en el estilo pero, a su vez, tan propicios a fusionarse.
La nueva versión, creada a partir de estas dos historias, permite al espectador seguir la desventura de la guerra de Tebas en la primera parte para, después, encontrarse con la erosión moral del poder en la postguerra, que es el tema principal de la segunda. Ambas tragedias, enlazadas, crean un cuerpo firme y fascinante que no pierde las propiedades de las partes que lo constituyen.
Antígona, guiada por el amor fraternal se enfrenta a la razón del estado, representada por Creonte, un político que en postguerra ha perdido el rumbo y se ha convertido en un gobernante autocrático y poseído de sí mismo, completamente alejado de la sensatez y el buen juicio que se le debía suponer. De este conflicto, Antígona no sale con vida, pero consigue conmover las conciencias de los ciudadanos. El poder tiránico es destruido, no por una revolución sino por su propia podredumbre y, al final, el sentido común triunfa.
A pesar de ser una tragedia, “Antígona” es la obra que más optimismo ha injertado a la sociedad de todas las obras jamás escritas. Es un estandarte de la libertad y el derecho del individuo a la rebelión frente al poder del estado que ha olvidado la razón principal de su existencia, que no es otro que proporcionar y defender la justicia y el interés común.